Yo tengo un problema cuando hablo de literatura con los demás: tengo tan poca inteligencia social que me empeño en decir lo que pienso. Y eso tiene un efecto muy negativo en el que lo escucha, que siempre percibe que hay cierto aire de superioridad en el tipo de afirmaciones que hago. Nada más lejos de mi intención. Sin embargo, yo escucho constantemente este mismo tipo de aseveraciones de sus labios sin que sientan el más mínimo remordimiento cuando las expresan.

Voy a explicarme un poco más.

Si uno dice que Almudena Grandes, Ken Follett, Ruiz Zafón, Paul Auster, Juan José Millás, Javier Marías, Arturo Pérez-Reverte, Vicente Gallego, Benjamín Prado, Carlos Marzal… y así hasta el infinito, no son literatura o, por no entrar en discusiones conceptuales, son literatura mala, siempre me espetan con lo mismo: “es tu opinión” y “a mí me gustan”. Por una parte, es obvio que uno siempre habla desde su opinión y no veo necesidad en hacerlo expreso cada vez que uno expone su pensamiento. Por otra parte, no tengo nada que decir a eso de “a mí me gustan”, ahí nunca hay nada que decir, cada uno disfruta con lo que quiere o puede y no seré yo quien haga ningún juicio de valor al respecto. Pero siempre insisto, no es que me gusten o no me gusten, es que no son buenos y de ello no tengo la menor duda. Y no sólo no tengo yo la menor duda, sino que todos los que siempre han sido para mí referentes en literatura tampoco la tienen. Curiosa coincidencia. Pero sólo hay que esperar el momento adecuado para poner a cualquiera frente a su propia argumentación.

Voy a poner un ejemplo que puede servir para ilustrar mi indignación. De fútbol no tengo ni idea y salvo si alguien mete un gol o el portero hace una parada espectacular, no soy capaz de ver nada. Me resulta totalmente imposible saber quién es el organizador del juego y cómo lo hace, el centro del campo es un concepto tan abstruso como el éter… Si estoy con alguien que entiende de fútbol mis comentarios bien podrían ser de este tipo: “qué bien están jugando”, a lo que te contestan, “qué dices, si no están haciendo nada”, “ya pero han marcado 3 goles”, “sí pero no lo están haciendo bien”, “pues a mí me está gustando”. Por supuesto, se dirigirían a mí con el mismo aire de superioridad que me achacan y no habría forma humana de que, desde mi ignorancia del fútbol, les logre convencer de que yo tengo el mismo derecho a opinar de fútbol que ellos. Es más, nadie pondría muchas objeciones en la expresión: “que entiende de fútbol”.

Pero es cierto que no puedo negar que hay una diferencia importante, que la gente cuando se siente ofendida por este tipo de comentarios no lo hace por capricho. La literatura está marcada socialmente como un signo de nivel cultural y el fútbol no (de momento). Por eso yo puedo pasar sin ningún problema por una inculta en materia de deporte sin que ello suponga el menor problema, pero a la gente no le gusta pasar por inculto en materia literaria en nuestra sociedad.

Sin embargo, la realidad es terca y la realidad es que en todos los ámbitos hay expertos y el ojo del experto no tiene nada que ver con el de los demás. Sólo hay que hacer un ejercicio, pensar en aquello de lo que uno de verdad sabe, sea del tipo que sea y se verá como no hay argumento racional que pueda bajarnos del burro.

Podemos poner otro ejemplo: el cine. ¿Qué diferencia hay entre las votaciones en filmaffinity y la taquilla? Que la primera se nutre de cinéfilos y la segunda no.

Ya he dicho en alguna otra ocasión que habría que diferenciar entre objetivo (entiéndase como intersubjetivo) y objetivable. Los expertos en vino llegan a un grado de acuerdo considerable en cuáles son los mejores vinos. Claro que utilizan una serie de claves, de aspectos objetivos, pero no es eso lo que les lleva a la decisión, lo prueban y automáticamente saben de qué se trata. ¿Qué te permite llegar a eso? Haber probado muchos vinos y muchos buenos, porque es ahí donde se aprenden las claves, donde están los matices. Claro que hay quien come con un “Don Simón” y tan contento. Pues en literatura pasa igual.

Pero algo falla, porque mientras que los buenos vinos se buscan cada vez más, los buenos libros no. El problema del vino es un problema económico, el de la literatura de tiempo.

Uno no puede leer el poema “Beata vida” de Gil de Biedma, si no ha leído la “Oda a la vida retirada” de Fray Luis.

¡Qué descansada vida
la del que huye el mundanal ruido
y sigue la escondida
senda por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido!

[…]

A mí una pobrecilla
mesa, de amable paz bien abastada
me baste, y la vajilla
de fino oro labrada,
sea de quien la mar no teme airada.

Y mientras miserable-
mente se están los otros abrasando
en sed insacïable
del no durable mando,
tendido yo a la sombra esté cantando.

A la sombra tendido
de yedra y lauro eterno coronado,
puesto el atento oído
al son dulce, acordado,
del plectro sabiamente meneado.

Fray Luis de León

En un viejo país ineficiente,
algo así como España entre dos guerras
civiles, en un pueblo junto al mar,
poseer una casa y poca hacienda
y memoria ninguna. No leer,
no sufrir, no escribir, no pagar deudas
y vivir como un noble arruinado
entre las ruinas de mi inteligencia

Jaime Gil de Biedma

Y no se trata sólo de un referente, sin más, de una especie de homenaje o juego con el referente. Es algo mucho más profundo que todo eso, porque para poder disfrutar en profundidad de estas obras hay que asistir y asimilar las transformaciones artísticas que van de una a otra y las transformaciones que se han producido en la concepción de la sociedad y del hombre. Podemos aplicar al arte lo que dice Poincaré (1905) en su interesantísimo ensayo sobre el valor de la ciencia: “Los progresos de la ciencia han parecido poner en peligro los principios mejor establecidos, los mismos que eran estimados como fundamentales. Nada prueba, sin embargo, que no se llegará a salvarlos, y si eso no se logra más que imperfectamente, transformándolos, subsistirán todavía. No se debe comparar la marcha de la ciencia con las transformaciones de una ciudad donde los edificios antiguos son despiadadamente derruidos para dejar lugar a las nuevas construcciones, sino con la evolución continua de los tipos zoológicos que se desarrollan sin cesar y acaban por volverse desconocidos para las miradas vulgares, pero donde un ojo ejercitado reconoce siempre las huellas del trabajo anterior de los siglos pretéritos. No debemos creer, pues, que las teorías pasadas de moda han sido estériles y vanas”.

Es evidente que las nuevas generaciones van a perder esa capacidad de ver, porque de alguna manera les estamos privando de ello; no voy a pensar que una generación ha decidido renunciar voluntariamente a esa capacidad, no tiene sentido. De alguna manera hemos dejado de ponerles a la vista los grandes referentes y por eso están perdidos. Yo estaré eternamente agradecida a Lázaro Carreter porque seleccionó para mí (y para toda mi generación) las lecturas que me han permitido tener un ojo “no vulgar”.

He reflexionado muchas veces sobre qué puede haber pasado, cómo en la época donde mayor acceso hay a los recursos culturales, mayor nivel de alfabetización, en la época en la que lo que estaba destinado a unos pocos se ha puesto al alcance de todos, el resultado ha sido el contrario. Se lee menos y libros de menos nivel. Yo creo que les hemos privado de lo necesario para poder mirar. No sé muy bien cómo ha ocurrido, pero de alguna manera han llegado a los puestos que antes ocupaban personas como Lázaro Carreter ojos vulgares.

Ya lo he contado en otra ocasión: con motivo de la muerte de Bergman en Onda Cero, a modo de homenaje, los locutores pedían que llamara alguien que de verdad hubiera soportado una película de él. Los espectadores y los propios locutores, con gran regocijo, confesaban que veían esas películas porque no estaba bien visto decir que no te gustaban, nada más. Podrían hacerle este tipo de homenajes a Kafka, Cortázar, Faulkner… porque a estas alturas resulta difícil pensar que de verdad hayan sido autores de éxito en el sentido profundo. Hoy no publicarían ninguno de ellos. Así que ahora les toca tomar el rumbo a los otros, a los que tuvieron que soportar en silencio las grandes obras de la literatura sin llegar a atisbarlas, y han decido que las nuevas generaciones van a leer sólo los cuentos aburridísimos de puro evidentes, las versiones infantiles de las grandes obras y… luego les leerán a ellos. Pero son muy aburridos, así que las nuevas generaciones no leerán, porque el lector auténtico, el que tiene un ojo no vulgar no será capaz de leerlos a ellos, y al resto, como ha ocurrido siempre, no le interesa la literatura. Como a mí tampoco el fútbol.

Pero no es un problema sólo nuestro. Los libros de la mayoría de los autores que he citado al principio son traducidos a millones de lenguas (argumento que se emplea actualmente hasta la saciedad para presentar a cualquier autor) y se hacen tesis sobre ellos (bien es cierto que se hacen tesis sobre casi cualquier cosa). Lo que me hace pensar que no estamos perdidos sólo nosotros: es general.

Y es que les hemos dado las margaritas a los cerdos y se las han comido, ¿qué otra cosa podrían hacer con ellas?

Vía Libro de Notas